En una columna que tomó a Washington por asalto el fin de semana, mi colega de Brookings, el politólogo e internacionalista neoconservador Robert Kagan afirma que es hora de que en Estados Unidos se confronte con seriedad y urgencia la posibilidad de que el país se convierta ineludiblemente en una dictadura si Trump regresa al poder en 2024. Esté o no uno de acuerdo con esa particular aseveración, que esa tesis sea hoy una polémica seria aquí dice mucho sobre lo que está en juego en EU y en muchas otras partes del mundo.

Sin duda la primera condición para evitar ese desenlace es despertar ante la amenaza que ese escenario encarna. Por ello, en las últimas semanas, gran parte del debate ha girado en torno a si el Presidente Biden es la carta idónea para derrotar a Trump -en este momento posicionado para barrer con la nominación presidencial Republicana- el próximo noviembre. Ante una nación tribalizada y un sistema internacional volátil, amén de las exigencias tradicionales y brutales de una campaña electoral estadounidense, Biden, el presidente de mayor edad de la historia del país cuando tomó posesión, no podrá simultáneamente gobernar y hacer campaña de reelección de la misma manera que lo hicieran sus predecesores. En comparación con su porcentaje de votos en 2020, la posición de Biden hoy es más débil entre casi todos los segmentos sociodemográficos clave del electorado. Los dos mayores obstáculos que enfrenta Biden son las dudas en torno a su edad y el descontento con la economía, particularmente con la inflación. Y ante la posibilidad de que se trate de una elección con múltiples candidatos que le pudiesen restar los votos que necesita de votantes independientes y de Republicanos anti-Trump, el margen de error del presidente es nulo.

Según encuestas recientes, Biden tiene, en el mejor de los casos, 50 por ciento de probabilidades de ser reelegido el próximo año. Hace un par de semanas, una encuesta del New York Times mostró que Trump aventajaba a Biden de uno a cinco puntos en Michigan, Pensilvania, Arizona, Nevada y Georgia, cinco de los seis (Wisconsin el sexto, donde Biden va ligeramente a la cabeza) estados bisagra clave que determinarán el resultado en el Colegio Electoral en 2024. Y es cierto que las encuestas a poco menos de un año de distancia de los comicios son poco fiables y que típicamente quienes responden a encuestas tempraneras son aquellos con posiciones militantes y no necesariamente quienes están registrados para votar o son los votantes que decantan la elección. En 2011, las encuestas pronosticaban que Obama perdería fácilmente ante un Republicano; un año después venció a Romney. A finales de 1979, también se pronosticaba que Carter derrotaría a Reagan; perdió de manera abrumadora. Si en política una semana es mucho tiempo, un año representa una eternidad. También es cierto que una semana después de la publicación de esta encuesta, los Demócratas arrasaron en las elecciones estatales en Virginia (gobernado por un Republicano) y Kentucky (estado profundamente Republicano) y ganaron cómodamente un referéndum que consagraba el derecho al aborto en Ohio (otro estado que vota Republicano en el Colegio Electoral), y que estos resultados se dan un año después de que el presidente obtuviera un gran resultado -con todo y sus bajos índices de aprobación- en las elecciones intermedias, las cuales típicamente le pasan factura al partido en el poder. También es un hecho que a partir de marzo está previsto que Trump se enfrente a dos juicios penales: uno en Washington por su papel en el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021; otro en Florida por el uso indebido de documentos altamente clasificados. Antes de esa fecha podría tener lugar un tercer juicio en Georgia por su intento de revertir el resultado en los comicios presidenciales en el Colegio Electoral. Las posibilidades de que sea condenado por un delito antes del día de las elecciones son elevadas. Incluso podría terminar en la cárcel, lo cual claro está, no es un obstáculo para estar en la boleta o incluso para gobernar. Pero podría -vaya, debería- tener un impacto entre los votantes indecisos e independientes. Si Biden puede elevar su propia aprobación solo al 46 o 47 por ciento, podría sumar el voto de indecisos y de la resistencia anti-Trump. Las encuestas actuales probablemente no capturen completamente ese segmento, porque los planes de Trump para un segundo mandato han recibido relativamente poca atención pública. En prácticamente todos los frentes, Trump ya ha presentado una agenda mucho más militante y abiertamente autoritaria que la de 2016 o 2020. Sus propuestas incluyen la deportación masiva y campos de internamiento para inmigrantes indocumentados, desmantelar la administración pública así como el uso faccioso del poder, invocando el Acta de Insurrección para sofocar protestas públicas y el despliegue sin tapujos del Departamento de Justicia contra sus enemigos políticos.

También es cierto que ahora la crisis en Medio Oriente podría además pasarle factura a Biden. Muchos estadounidenses musulmanes y votantes más jóvenes o progresistas han prometido votar por Trump el próximo año o abstenerse de acudir a las urnas en protesta por el respaldo de Biden a Israel tras el ataque terrorista de Hamás. Sin embargo, aquí también hay que notar que Trump está incitando a Israel a ser mucho más radical y promete restablecer la prohibición de viajar a los musulmanes que infructuosamente intentó implementar la primera vez que fue presidente. E irónicamente, la crisis de Israel ha mostrado el vigor de Biden. Sólo dos veces en la historia un presidente estadounidense ha viajado a una zona de guerra extranjera: en ambas ocasiones fue Biden (en Israel el mes pasado y en Ucrania en febrero). Para ser un “anciano” en supuesta “decadencia mental”, Biden da una gran impresión de estar al mando.

Sin embargo, y aún con todas estas consideraciones, es un hecho que Biden está en peligro y que el presidente comienza su reelección a contrapié. Las encuestas en este momento no son profecías sobre cómo tomarán sus decisiones los votantes el próximo año si se ven obligados a elegir nuevamente entre Biden y Trump. Pero sí son una señal de la dificultad que le espera a Biden para ganar un referéndum en las urnas y una elección frente al hombre al que derrotó hace cuatro años. Y son las propias vulnerabilidades de Biden las que han llevado a Trump a una posición más fuerte en encuestas recientes que la que logró en cualquier momento de la contienda presidencial de 2020. Hay resortes claros de descontento: la escasez de vivienda asequible; problemas para gestionar la afluencia de inmigrantes; la epidemia del consumo de fentanilo; crimen al alza; estrés económico. Ante todo, para un presidente en el cargo, la economía es tan buena como el público cree que es. Biden, que tiene un busto del activista y sindicalista Cesar Chávez detrás de su escritorio en la Oficina Oval, y que no tiene resquemores de instrumentar política industrial o buscar la redistribución de riqueza, ha buscado reconstruir el poder de la clase trabajadora. Y si bien la economía de EE.UU, con base en toda una serie de indicadores, hoy vive su mejor momento del último cuarto de siglo, las encuestas -y el bolsillo de los consumidores- no reflejan aún esa realidad. Para rematar, un gran número de estadounidenses, incluidos Demócratas, creen que el país va por el camino equivocado. El promedio actual es de alrededor del 65 por ciento, casi igual a la situación prevaleciente en el punto álgido de la pandemia y justo antes de los comicios en 2020. Los votantes se muestran especialmente críticos con la economía y el alto precio de todo en comparación con antes de la pandemia. Y es que el mayor problema está en los anaqueles del supermercado. A los votantes no les importa que la tasa de inflación se desacelere; les importa que los precios hoy sean mucho más altos. Injusto o no, la “culpa” la carga Biden.

La del 2024 será una elección extraordinaria y exige medidas extraordinarias, ante todo por la amenaza a su vez también extraordinaria que representa Trump. Paradójicamente, algunos de los presidentes más exitosos en Estados Unidos en el transcurso de sus gestiones duraron sólo un periodo. Entre ellos destacan John Adams, John Kennedy, Jimmy Carter y George HW Bush. La diferencia con Biden es que le siguieron figuras que creían en el sistema. Jefferson derrotó a Adams; a Kennedy, asesinado tras apenas mil días en el cargo, le siguió su vicepresidente, Johnson; Reagan derrotó a Carter; y Bush padre fue derrotado por Clinton. Pero de perder Biden, Trump podría reventar el sistema democrático estadounidense como lo hemos conocido hasta ahora, con consecuencias imprevisibles no solo para la república estadounidense sino para el resto del mundo, porque a diferencia del famoso refrán acerca de Las Vegas, lo que ocurre en EU no se queda en EU.

Consultor internacional y diplomático de carrera durante 23 años y embajador de México

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